lunes, 18 de mayo de 2020

Reflexiones para un mundo nuevo - Nº 4

Hoy, 18 de Mayo, día 1º de la Fase 1 del desconfinamiento hacia la Nueva Normalidad, he salido a la calle y he vuelto a encontrar vida en la ciudad.

Hoy reabrían, con restricciones, cautelas y miedo, los pequeños comercios y las terrazas, después de 9 semanas de clausura forzada.

Mucho se había dicho que los pequeños comercios son la savia que da vida a las ciudades. Las fotos de calles vacías lo atestiguaban. 

Muchos escribieron y proclamaron la necesidad de apoyar con medidas rápidas y eficaces a este sector de la economía y vida social para que no se extinguiera, porque sería la muerte de nuestro modelo de relación social. Se pedía financiación, alivio en los alquileres, en los impuestos,...incluso han surgido frecuentes movimientos de ayuda económica por parte de clientes habituales, adelantando cantidades a cuenta de las compras futuras. Todo ello encomiable, pero eran parches y echar el balón hacia adelante.

Por eso, hoy, día del aparente renacimiento, quiero romper una lanza - qué expresión más romántica - en favor del pequeño comercio y poner los problemas delante de quien tiene que salvarlo, que somos los consumidores.

Cualquiera de estos negocios, independientemente del sector donde se mueva, viene recibiendo múltiples puñaladas de la sociedad, de esa sociedad que les "adora y necesita". Sólo vamos a repasar algunas que me vienen a la mente, y que pueden ser mortales en la Nueva Normalidad.

Cuando el mercado inmobiliario repunta, suben los alquileres de los locales comerciales, cuando la demanda turística crece y el centro de la ciudad se convierte en un bazar de souvenirs o se llena de franquicias de comida para guiris, suben los alquileres. Pero el precio de venta no puede absorber ese incremento de gastos fijos, hay que emigrar a otro local.

Cuando el Ayuntamiento pone trabas a la movilidad de clientes y proveedores con su nueva distribución del espacio urbano, los comercios de proximidad se desesperan, porque no pueden competir con las facilidades de las grandes superficies.

Cuando la compra online sube a niveles de locura, por necesidad del confinamiento, los pequeños comercios, como David frente a Goliat, tratan de defenderse y se dotan de armas similares, pero de juguete, y sin músculo para manejarlas. Es una huída hacia adelante.

Cuando casi todo producto manufacturado viene de China y está disponible en los grandes portales de venta online (no quiero dar nombres) y todo el mundo, a la desesperada, ofrece gastos de envío gratis, ¿En qué se puede diferenciar nuestro pequeño comercio para seguir siendo eso, un comercio amigo, de proximidad? ¿De dónde sacará para pagar los gastos extra que suponen las medidas de seguridad por el Covi-19? 

Ese pequeño comercio se ve zarandeado por el tsunami de esta sociedad de consumo global, que ni siquiera sabemos quién maneja de verdad.

¿Recuerdan los más ancianos aquello de las dos temporadas de la moda, Primavera-Verano y Otoño-Invierno? ¿Y las rebajas de Enero o de Agosto? Se acabó: nuevos productos en el escaparate global todos los días y descuentos arrasadores cualquier fecha del año. ¡Ah! y los/las "influencers", que viven de alimentar su ego a base de que miles de seguidores/as acepten ciegamente sus caprichosos consejos, convirtiéndose en la principal pieza de publicidad para algunos fabricantes ¡Como para tener stock en una pequeña tienda!.

¿Recuerdan el sistema capilar que desde el fabricante llegaba hasta el cliente final a través de mayoristas, representantes y comercio minorista?. Esto era un sistema que se "inventó" con la revolución industrial, que concentraba la capacidad productiva lejos del consumidor. Pues, se acabó: El fabricante tiene su propia tienda online, o existe un portal web que vende productos de todo el mundo, no importa donde se encuentre físicamente el almacén, y todos compiten contra el pequeño comercio que lucha por vender el stock que tiene en su pequeño almacén. La nueva capilaridad  consiste en barcos portacontenedores procedentes del lejano oriente,  camiones procesionando para penetrar tierra adentro y un enjambre de furgonetas, motoristas y ciclistas de reparto que, por una paga de miseria, nos rodean como avispas llevando los productos hasta los hogares, donde les esperamos en el salón, ante el televisor.

¡Qué cómodo, no tener que llegar hasta la tienda para comprar! ¡Qué guay, que nos lo traigan a casa sin pagar gastos de envío y sin preocuparnos si el chaval se pega un tortazo con la moto o va protegido contra el Covi-19! ¡Qué eficiente, poder elegir el mejor entre los descuentos que se ofrecen en internet! ¡Qué relajante, navegar por Instagram esperando que otros/as sugieran qué me conviene comprar!  

Esto no es una campaña contra la venta online. Esto es una reflexión que trato de llevar a la tarjeta visa de cada uno.

Tendremos puestos de trabajo en industria en España, si decidimos comprar productos españoles (de calidad), aunque sean algo más caros. Tendremos comercios en nuestras ciudades si decidimos buscar su asesoramiento y comprar allí, aunque sea algo más caro. Nuestro voto más importante es el de la cesta de la compra. No importa a quien votemos en las elecciones. Ellos, los políticos, sólo saben repartir el dinero de nuestros impuestos y salir en la foto. Pero ellos no harán que los negocios de todos esos autónomos y microempresarios sigan dando vida a los pueblos y ciudades. 

Es tarea nuestra. De lo contrario, tendremos más paro, más subsidios y más impuestos.        

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