Hoy, 18 de Mayo, día 1º de la Fase 1 del desconfinamiento
hacia la Nueva Normalidad, he salido a la calle y he vuelto a encontrar vida en
la ciudad.
Hoy reabrían, con restricciones, cautelas y miedo, los
pequeños comercios y las terrazas, después de 9 semanas de clausura forzada.
Mucho se había dicho que los pequeños comercios son la savia
que da vida a las ciudades. Las fotos de calles vacías lo atestiguaban.
Muchos
escribieron y proclamaron la necesidad de apoyar con medidas rápidas y eficaces
a este sector de la economía y vida social para que no se extinguiera, porque
sería la muerte de nuestro modelo de relación social. Se pedía financiación,
alivio en los alquileres, en los impuestos,...incluso han surgido frecuentes
movimientos de ayuda económica por parte de clientes habituales, adelantando
cantidades a cuenta de las compras futuras. Todo ello encomiable, pero eran
parches y echar el balón hacia adelante.
Por eso, hoy, día del aparente renacimiento, quiero romper
una lanza - qué expresión más romántica - en favor del pequeño comercio y poner
los problemas delante de quien tiene que salvarlo, que somos los consumidores.
Cualquiera de estos negocios, independientemente del sector
donde se mueva, viene recibiendo múltiples puñaladas de la sociedad, de esa sociedad que les "adora y necesita". Sólo vamos
a repasar algunas que me vienen a la mente, y que pueden ser mortales en la
Nueva Normalidad.
Cuando el mercado inmobiliario repunta, suben los alquileres
de los locales comerciales, cuando la demanda turística crece y el centro de la
ciudad se convierte en un bazar de souvenirs o se llena de franquicias de
comida para guiris, suben los alquileres. Pero el precio de venta no puede
absorber ese incremento de gastos fijos, hay que emigrar a otro local.
Cuando el Ayuntamiento pone trabas a la movilidad de clientes
y proveedores con su nueva distribución del espacio urbano, los comercios de
proximidad se desesperan, porque no pueden competir con las facilidades de las
grandes superficies.
Cuando la compra online sube a niveles de locura, por
necesidad del confinamiento, los pequeños comercios, como David frente a
Goliat, tratan de defenderse y se dotan de armas similares, pero de juguete, y
sin músculo para manejarlas. Es una huída hacia adelante.
Cuando casi todo producto manufacturado viene de China y está
disponible en los grandes portales de venta online (no quiero dar nombres) y
todo el mundo, a la desesperada, ofrece gastos de envío gratis, ¿En qué se
puede diferenciar nuestro pequeño comercio para seguir siendo eso, un comercio
amigo, de proximidad? ¿De dónde sacará para pagar los gastos extra que suponen las medidas de seguridad por el Covi-19?
Ese pequeño comercio se ve zarandeado por el tsunami de esta sociedad de consumo global, que ni siquiera sabemos quién
maneja de verdad.
¿Recuerdan los más ancianos aquello de las dos temporadas de la moda,
Primavera-Verano y Otoño-Invierno? ¿Y las rebajas de Enero o de Agosto? Se
acabó: nuevos productos en el escaparate global todos los días y descuentos
arrasadores cualquier fecha del año. ¡Ah! y los/las "influencers",
que viven de alimentar su ego a base de que miles de seguidores/as acepten
ciegamente sus caprichosos consejos, convirtiéndose en la principal
pieza de publicidad para algunos fabricantes ¡Como para tener stock en una pequeña
tienda!.
¿Recuerdan el sistema capilar que desde el fabricante llegaba
hasta el cliente final a través de mayoristas, representantes y comercio
minorista?. Esto era un sistema que se "inventó" con la revolución
industrial, que concentraba la capacidad productiva lejos del consumidor. Pues,
se acabó: El fabricante tiene su propia tienda online, o existe un portal web que vende productos
de todo el mundo, no importa donde se encuentre físicamente el almacén, y todos
compiten contra el pequeño comercio que lucha por vender el stock que tiene en
su pequeño almacén. La nueva capilaridad
consiste en barcos portacontenedores procedentes del lejano oriente, camiones procesionando para penetrar tierra adentro y un enjambre de furgonetas, motoristas y ciclistas de reparto que, por una paga de miseria, nos rodean como avispas llevando los productos
hasta los hogares, donde les esperamos en el salón, ante el televisor.
¡Qué cómodo, no tener que llegar hasta la tienda para
comprar! ¡Qué guay, que nos lo traigan a casa sin pagar gastos de envío y sin
preocuparnos si el chaval se pega un tortazo con la moto o va protegido contra
el Covi-19! ¡Qué eficiente, poder elegir el mejor entre los descuentos que se
ofrecen en internet! ¡Qué relajante, navegar por Instagram esperando que otros/as sugieran qué me conviene comprar!
Esto no es una campaña contra la venta online. Esto es una
reflexión que trato de llevar a la tarjeta visa de cada uno.
Tendremos
puestos de trabajo en industria en España, si decidimos comprar productos
españoles (de calidad), aunque sean algo más caros. Tendremos comercios en
nuestras ciudades si decidimos buscar su asesoramiento y comprar allí, aunque
sea algo más caro. Nuestro voto más importante es el de la cesta de la compra.
No importa a quien votemos en las elecciones. Ellos, los políticos, sólo saben
repartir el dinero de nuestros impuestos y salir en la foto. Pero ellos no
harán que los negocios de todos esos autónomos y microempresarios sigan dando
vida a los pueblos y ciudades.
Es tarea nuestra. De lo contrario, tendremos más paro, más subsidios y más impuestos.